¿Quién no ha tenido la tentación de jugar con un caracol?
La paciencia con que lo observamos, la lentitud de movimiento, como mueve sus ojos… y tocarlos, como se esconde.
De eso se trata este cuadro de inmortalizar ese momento, ese encuentro, simple, inocente, que refleja el momento presente.
Vivir despojados y entregarse libres a ese sentir tan puro e ingenuo que nos enternece. Un acto que nos hace revivir ese niño/a interior que llevamos dentro.
La figura central de la niña, como en un acto sagrado se tratara, está envuelta de un aura de plata que le aporta mucha luz realzando su actitud reflexiva y tierna hacia el caracol, dejando en un segundo plano su chapoteo de pies en el agua. La textura de la roca contrasta con las figuras.
ANA LIDÓN
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